
En un mundo saturado de imágenes, donde cada segundo cuenta y la atención es una mercancía fugaz, la labor del editor audiovisual ha trascendido la mera técnica para convertirse en un acto de resistencia cultural. No hablamos de meros operarios de software, sino de arquitectos de la percepción, de demiurgos que dan forma al tiempo y al sentimiento. Y en este escenario convulso, el dilema fundacional resuena con una fuerza inusitada: ¿se edita con el pulso visceral del instinto o con la fría lógica de la estructura?

¿Qué significa, en la práctica, editar desde la intuición? Significa escuchar no solo lo que se ve y se oye, sino lo que se siente. Es el corte que no responde a un guion, sino a una emoción que se ha agotado en el plano. Es el silencio insertado antes de un clímax sonoro, no por una regla aprendida, sino por una resonancia interna que anticipa el impacto. Como en «Moonlight» (2016), donde Joi McMillon, bajo la dirección de Barry Jenkins, desmantela las convenciones narrativas para construir una sinfonía de transiciones que se sienten, más que se entienden, y que tocan fibras emocionales profundas. Es la prueba fehaciente de que la emoción puede ser la guía más potente, incluso cuando desafía la lógica aparente.
Sin embargo, no confundamos este instinto con la ausencia de conocimiento. La intuición, en su forma más elevada, es el resultado de años de metabolizar imágenes, sonidos y narrativas. Es una biblioteca sensorial construida a partir de innumerables horas de cine, música, arte y, sobre todo, de una observación aguda del comportamiento humano. Es la capacidad de improvisar jazz, sí, pero solo después de haber dominado cada nota y cada escala. De lo contrario, la supuesta “libertad” se convierte en un caos incomprensible, un ruido sin mensaje. Como bien decía Walter Murch: “Debes conocer las reglas para saber cuándo y cómo romperlas con propósito.” La intuición sin técnica es una pasión sin cauce; la técnica sin intuición es una estructura sin alma.
El Arte de la Estructura: La Brújula en la Tormenta Digital

En La Resistencia Post, afirmamos que las estructuras no son grilletes, sino los huesos sobre los cuales se construye el cuerpo vibrante de una narrativa.
Comprender la estructura en el montaje es ir más allá de la mera técnica. Es dominar el arte de la información: saber cuándo dosificarla, cuándo negarla, cuándo revelarla. Es manejar el respiro y la asfixia de una escena, la cadencia que lleva al espectador por un viaje emocional. Cuando una película fluye sin tropiezos, cuando el espectador se sumerge sin darse cuenta de los cortes, es porque la estructura trabaja en la sombra, invisible pero omnipresente. Pensemos en la maestría de Thelma Schoonmaker en la obra de Scorsese; sus montajes, aunque energéticos y vertiginosos, nunca pierden el rumbo. Incluso en el caos aparente de Goodfellas o The Wolf of Wall Street, existe una coherencia subyacente que guía la experiencia del espectador.
La Regla del 51% emocional de Walter Murch, esa que prioriza el impacto emocional sobre cualquier otra consideración técnica, no es una renuncia a la estructura, sino una sofisticación de la misma. Es entender que la emoción es el fin último de toda estructura. Las bases del montaje paralelo de Eisenstein o la regla de los tres actos no son dogmas inamovibles, sino herramientas maleables que nos permiten dar forma incluso a los relatos más experimentales. La estructura es el marco que permite que la improvisación florezca con sentido. Es la diferencia entre un sueño que confunde y uno que transforma.
Intuición vs. Método: El Campo de Batalla del Editor Moderno
El dilema entre intuición y método no es una dicotomía simplista, sino una tensión creativa que define la labor del editor en la era del contenido rápido.
Sin embargo, la obsesión por la velocidad puede ser un enemigo silencioso de la profundidad. Un montaje puramente intuitivo, sin la espina dorsal de la estructura, corre el riesgo de caer en la confusión, en la superficialidad. La Resistencia Post cree firmemente que la clave reside en una simbiosis dinámica, una danza entre la frescura del impulso y la solidez del conocimiento. El editor moderno no es un combatiente que elige un bando, sino un estratega que sabe cuándo desplegar una u otra fuerza.
La intuición nos permite identificar el oro emocional, esos momentos fugaces que conectan con el alma del espectador. El método nos proporciona las herramientas para esculpir ese oro, dándole forma, ritmo y coherencia. Es el balance que nos permite usar la intuición para seleccionar los cortes más viscerales y aplicar la estructura para asegurar que esos cortes construyan un relato poderoso y cohesivo. Las herramientas digitales actuales, lejos de anular este debate, lo potencian al permitir una agilidad sin precedentes. Software como Adobe Premiere o DaVinci Resolve no solo automatizan tareas, sino que liberan al editor para que sus decisiones intuitivas estén respaldadas por una comprensión técnica profunda.
No se trata de una elección, sino de una integración. La formación constante, la experimentación consciente y la capacidad de reflexión crítica son las armas que forjarán a los verdaderos resistentes del montaje en esta era de ruido. Solo así podremos crear no solo contenido que se vea, sino que se sienta, que perdure, que incomode y que, sobre todo, deje una huella en la conciencia colectiva.
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